El Calvo Liberal y la Educación
Voy a empezar este artículo con una reflexión de Jiddu Krishnamurti sobre su perspectiva acerca de la educación:
«Me pregunto por qué reciben ustedes educación. ¿Lo saben? Tan pronto tienen edad suficiente, sus padres les envían a la escuela, ¿pero saben ustedes por qué van a la escuela? Todo lo que ustedes y sus padres saben es que deben ir a la escuela y educarse. Ahora bien, ¿Qué significa que a uno le eduquen? ¿Alguna vez han pensado al respecto? ¿Significa meramente aprobar exámenes para que más tarde puedan casarse, tener alguna clase de empleo y continuar en ese empleo, les guste o no, por el resto de sus vidas? ¿Es eso la educación?
Asisten a diversas escuelas donde se les educa, o sea, que aprenden matemáticas, historia, geografía, ciencia y demás. ¿Por qué? ¿Se lo han preguntado alguna vez? ¿Es meramente para que después se ganen la vida? ¿Es ése el propósito de la educación? ¿Es la educación tan sólo un asunto de rendir exámenes y poner unos cuantos títulos junto a sus nombres, o es algo por completo diferente?
Si miran a su alrededor, verán en qué espantosa confusión se encuentra el mundo. ¿Ven al pobre que tiene muy poco para comer, que carece de días festivos y debe trabajar día tras día, de la mañana a la noche, mientras los padres de ustedes acuden al club en lujosos automóviles y allí se divierten? Esa es la vida, ¿verdad? Están el pobre y el rico, los enfermos y los que gozan de buena salud, y en todo el mundo hay guerras, desdichas, toda clase de infortunios.
¿Acaso no deberían ustedes reflexionar sobre estas cosas mientras son jóvenes? Pero ya ven, en sus escuelas no les ayudan a prepararse para afrontar esa vasta extensión de la vida con sus extraordinarias luchas, desdichas, sufrimientos, guerras… nadie les habla sobre todo esto. Sólo les comunican los hechos desnudos, pero eso no es suficiente, ¿verdad?»
El origen del problema
Krishnamurti decía que el mundo no es algo separado de nosotros, que formamos parte de un tejido de relaciones vivas. Lo comprendí de la misma forma en que se entiende un eco: no es una idea para coleccionar, sino un recordatorio de que cuando acepto sin cuestionar, me hago cómplice de un pensamiento colectivo que no elegí. Ser libre empieza por pensar con autonomía, incluso antes de pensar correctamente.
Desde pequeños, nos enseñan a permanecer sentados, guardar silencio y aceptar la verdad que otros definieron por nosotros. No es educación: es condicionamiento.
El liberalismo como emancipación intelectual
Desde mi mirada, el liberalismo no busca abolir la educación, sino liberarla del dogma institucional, de la moral impuesta y del currículo obligatorio. La educación pública no es un problema porque sea pública, sino porque es forzada, centralizada y diseñada bajo el paradigma del colectivismo moral.
Todo lo que se impone bajo amenaza o por costumbre pierde su virtud. Nadie puede educar para la libertad desde la obligación. El liberalismo no se opone a la educación, sino a su captura estatal. No niega el aprendizaje, sino su monopolio. Murray Rothbard, uno de los grandes intelectuales libertarios del siglo XX, identificó en Educación: Libre y Obligatoria el problema fundamental de nuestro sistema: que funciona enteramente por compulsión, no por consentimiento voluntario. Desde el financiamiento hasta la asistencia obligatoria, cada nivel se sustenta en la fuerza del Estado disfrazada de «bien común». Rothbard mostró que el Estado ha utilizado la educación compulsoria, respaldada por la ideología igualitaria, como un medio de control ciudadano.
Razonar antes que obedecer
Ayn Rand definía la educación como el desarrollo de la mente racional, el arte de aprender a pensar. En eso creo profundamente. Educar no es verter conocimiento en cabezas vacías, sino encender una chispa que nos permita buscar verdad por cuenta propia.
Max Stirner, el filósofo que muchos ignoran pero que fue pionero de esta reflexión, publicó en 1842 El Falso Principio de Nuestra Educación, una obra demoledora en la que rechazaba tanto al humanismo como al realismo en educación. Stirner afirmaba que ambos sistemas querían producir criaturas, no creadores. Escribió que «los jóvenes deben ser entrenados a la sumisión; solo se busca adiestramiento formal, y de las escuelas salen solo «ciudadanos útiles»». Pero la auténtica educación, argumentaba, debe ser «la liberación de todo lo que es ajeno, la abstracción completa de toda autoridad». Para Stirner, una verdadera educación debía favorecer el desarrollo de la voluntad individual, no su extinción.
Descartes, aunque pocos lo lean desde un prisma liberal, dejó claro que dudar es el primer acto de pensar. El pensamiento libre no teme el error; teme el dogma. Y si algo se ha perdido en las aulas modernas, es precisamente el derecho a disentir. Una mente que nunca ha cuestionado no es educada: es domesticada.
Ciencia, curiosidad y libre pensamiento
Carl Sagan recordaba que «la ciencia no es solo un conjunto de conocimientos, sino una manera de pensar». Ese principio puede aplicarse a toda forma de aprendizaje. La auténtica educación no transmite resultados, sino métodos. No inculca certezas, sino el hábito de verificarlas.
Viktor Frankl afirmaba que quien tiene un porqué puede soportar casi cualquier cómo. La educación debería partir de ese porqué interior, no de un programa nacional. El hombre necesita cultivar sentido, no seguir instrucciones. Cuando alguien descubre su propio propósito de aprendizaje, toda la pedagogía tradicional se vuelve irrelevante.
Ludwig von Mises, el economista austríaco que desarrolló una teoría del conocimiento desde la lógica racional, fue profundamente escéptico respecto a la educación pública. Sin embargo, creía firmemente en la importancia cívica de la educación económica. Mises afirmaba que «todos los asuntos políticos contemporáneos son esencialmente cuestiones económicas», y que el deber cívico fundamental del ciudadano era familiarizarse con la teoría económica. Lo que criticaba Mises no era el aprendizaje, sino su monopolización estatal: las universidades, decía, se habían convertido en «viveros del socialismo», donde los profesores, desconfiados de lo que no controlaban, enseñaban doctrinas colectivistas con autoridad dogmática.
La devolución del aprendizaje a la vida
Francisco Ferrer, el pedagogo español que fundó la Escuela Moderna en Barcelona, entendía que la verdadera educación debe ser experiencial, no teórica. Ferrer rechazaba los exámenes, los premios y los castigos —elementos todos que incentivaban la falsedad sobre la sinceridad. Sus estudiantes visitaban fábricas, museos y parques; aprendían mediante la experiencia directa, no mediante la recitación. Lo radical de Ferrer no era que enseñara cosas distintas, sino que enseñaba de manera distinta: respetando la autonomía del niño, confiando en su capacidad de aprender sin vigilancia constante.
Ivan Illich llevó esta crítica aún más lejos en Desescolarizar la Sociedad (1971). Illich no solo cuestionaba cómo enseñamos, sino la institución misma de la escuela como monopolio radical sobre el aprendizaje. Argumentaba que las escuelas confunden legitimidad con credibilidad: la gente cree que algo tiene valor porque viene de una institución, cuando en realidad el aprendizaje más significativo ocurre fuera de esas aulas. El sistema escolar, escribía Illich, enseña que el autodidacta es sospechoso, que el conocimiento es una mercancía que solo expertos pueden dispensar.
Las voces olvidadas del libertarismo educativo
Rose Wilder Lane, una de las abuelas intelectuales del movimiento libertario moderno (junto a Isabel Paterson y Ayn Rand), defendió un sistema de educación completamente descentralizado donde los padres eligieran las escuelas que mejor se ajustaran a sus valores. Lane argumentaba que la verdadera libertad económica no podía construirse sobre un sistema educativo centralizado. Era imposible una economía verdaderamente libre si la educación —que forma las mentes que luego toman decisiones económicas— estaba bajo el control estatal.
Albert Jay Nock, escritor y teórico educativo estadounidense que se describía a sí mismo como anarquista filosófico, fue incluso más radical. En su obra Teoría de la Educación en Estados Unidos (1931), Nock afirmaba que la educación verdadera —la formación del espíritu crítico— no podía masificarse. Atacó la idea de que más educación para más gente era necesariamente mejor. Una verdadera institución educativa, decía Nock, debía tener muy pocos estudiantes, porque la educación liberal requiere atención individual y maestros que realmente entiendan la profundidad de lo que enseñan. Lo que el sistema moderno producía, concluyó, no era educación sino adiestramiento disfrazado de pedagogía.
El derecho a aprender sin permiso
Cada vez que escucho que «la educación es un derecho», pienso en los matices omitidos. No niego su valor social ni su impacto moral. Pero los derechos positivos —esos que exigen que otros te provean algo— nacen del mismo germen paternalista que erosiona la libertad responsable.
La verdadera justicia está en permitir que cada persona escoja sus herramientas de aprendizaje, sin ser rehén del currículo ni del impuesto. El Estado no tiene el monopolio de la sabiduría ni la autoridad moral para decidir cómo deben aprender los hombres libres. Existe una diferencia fundamental entre garantizar acceso y imponer un sistema.
Murray Rothbard fue enfático en esto: mientras el Estado controle la educación, los maestros —incluso los honestos— se verán forzados a defender el sistema para el cual trabajan. Tendrán una tendencia natural a inculcar ideas estatistas y obediencia al Estado. Solo un sistema verdaderamente privado, argumentaba Rothbard, puede producir pensamiento independiente. Los sistemas privados, por su naturaleza competitiva, deben enfatizar la razón, la independencia y la capacidad de valerse por sí mismo. Si no lo hacen, mueren. No así el sistema público, que subsiste precisamente porque la concurrencia es obligatoria.
Educarse para la independencia
Quizás, al final, educar sea simplemente aprender a mirar de nuevo, como quiso Krishnamurti, pero sin las gafas del Estado ni de la costumbre. Educarse es recordar que nacer condenado a obedecer no es destino natural del hombre.
Es significativo que algunos de los pensadores más radicales en favor de la libertad educativa provengan de tradiciones tan distintas: Stirner desde el anarquismo egotista, Ferrer desde el anarquismo comunista, Illich desde una crítica religiosa a la tecnología, y los libertarios clásicos como Rothbard, Lane y Nock. Lo que los une no es una doctrina, sino una pregunta incómoda: ¿realmente creemos que el Estado es mejor que los padres para decidir qué aprende un niño?
Una invitación al pensamiento propio
Si la educación no nos conduce a la independencia de pensamiento, entonces no es educación: es domesticación con certificado oficial. Y aquí está la pregunta incómoda que deberíamos hacernos todos: ¿educamos para pensar o para conformar?
Mientras el sistema siga premiando la obediencia sobre la razón, mientras sigamos delegando en el Estado la formación de nuestras mentes, seguiremos produciendo ciudadanos que votan por promesas vacías, que aceptan verdades a medias y que nunca aprenden a ser realmente libres.
Pero no tiene que ser así. Cada acto de cuestionamiento es un acto de libertad. Cada pregunta sin respuesta es una semilla de independencia. Piensa sin permiso. Aprende sin mediador. Sé tu propio maestro.
Espero que este post te haya gustado. En próximos días hablaré sobre la economía, vista desde mi perspectiva liberal.
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