El Calvo liberal y la participación en política
Los liberales y/o libertarios solemos confrontar las ideas colectivistas en conversaciones o debates y generalmente ganamos cuando los datos y la evidencia empírica es incontestable.
Nuestro fallo no está en el diagnóstico, ni tampoco en las posibles soluciones o alternativas. Nuestro fallo está en que no tenemos cómo aplicar dichas soluciones o alternativas.
¿Y por qué digo esto? Lo resumo en una frase: PORQUE LOS PERSONAJES REFERENTES DEL LIBERALISMO NO ENTRAN EN POLÍTICA.
Por supuesto que la batalla cultural es importante. Incluso diría que si el liberalismo puede lograr algo concreto en política, será gracias a una batalla cultural previa.
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La pregunta que encabeza este análisis no es nueva en los círculos libertarios, pero sigue siendo fundamental: ¿deben los libertarios participar activamente en la política institucional? La evidencia empírica y los antecedentes históricos sugieren una respuesta contundente: sí, y la hora es ahora.
El Diagnóstico Correcto, la Implementación Fallida
Los libertarios argumentamos con rigor, datos y evidencia empírica. Ganamos en las discusiones cuando los números hablan por sí solos. Sin embargo, como correctamente señala el texto de referencia, nuestro verdadero fracaso no radica en el diagnóstico ni en las soluciones propuestas, sino en nuestra incapacidad para aplicarlas.
Podemos tener razón en cafeterías, tertulias y redes sociales, pero la razón sin poder político es exactamente eso: solo razón. Y la historia demuestra que la razón, por más convincente que sea, no cambia un país si quienes la detentan permanecen fuera del sistema.
Los Referentes Históricos: Reagan, Thatcher y Más Allá
La historia moderna nos ofrece claros precedentes de líderes que llevaron ideas liberales al poder ejecutivo con resultados transformadores. Ronald Reagan y Margaret Thatcher, los gigantes del conservadurismo libertario del siglo XX, no se conformaron con escribir columnas o dar conferencias. Ambos entendieron que la batalla cultural debía complementarse con la acción política concreta.
Reagan revolucionó la política fiscal estadounidense, recortando las tasas marginales de impuestos y provocando lo que se denominó la «larga expansión económica». Thatcher, por su parte, reconfiguró la economía británica mediante la privatización de empresas estatales y la limitación del poder sindical. Juntos, representaron lo que algunos historiadores denominaron «la edad de oro del conservadurismo», un período donde las ideas de mercado libre dejaron de ser marginales para convertirse en política de Estado.
El caso más reciente, aunque ciertamente diferente, es el de Javier Milei en Argentina.
El Caso Argentino: Javier Milei y la Aplicación Gradual de Reformas
Milei emerge como la figura más intrigante del libertarismo contemporáneo. Economista de formación, profesor universitario, y conocedor profundo de la escuela austriaca, Milei no era originalmente un personaje político. Su ascenso fue meteórico: electo al Congreso en noviembre de 2021, se convirtió en presidente en 2023.
Lo fascinante de Milei radica en su comprensión estratégica de las «reformas de primera, segunda y tercera generación». Antes de proponer recortes específicos de gasto, cuestiona la legitimidad moral del déficit fiscal, la carga tributaria excesiva y el tamaño del Estado mismo. Esta estrategia, que podría parecer puramente ideológica, es en realidad políticamente funcional: ancla el discurso en argumentos morales que generan resonancia emocional, algo que la pura tecnocracia nunca logra.
En sus primeros 20 meses como presidente, Milei ha implementado cambios sustanciales:
- 1,246 desregulaciones (aproximadamente dos por día), afectando sectores desde energía hasta real estate
- 10 ministerios abolidos y cientos de sub-agencias eliminadas
- Más de 53,000 empleados públicos despedidos, reduciendo la burocracia de manera estructural
- Aperturas significativas del comercio exterior y eliminación de controles cambiarios
Sin embargo, Milei enfrenta un obstáculo crucial: su partido, La Libertad Avanza, posee apenas el 15% de los escaños en la Cámara de Diputados y sólo 7 de los 72 escaños del Senado. Esta minoría parlamentaria ha frenado sus ambiciones más radicales en privatización, reforma laboral y eliminación del Banco Central.
Ahora bien, ¿Qué hubiera ocurrido si Milei nunca hubiese entrado en política? Argentina seguiría en la espiral inflacionaria, con políticas redistributivas que profundizan la pobreza en lugar de eliminarla. Aunque imperfecta, su presidencia ha introducido en el debate político argentino conceptos previamente marginales: la dolarización, la reducción del gasto público, la legitimidad cuestionada del banco central, etc.
Los Referentes Menos Conocidos: La Red Intelectual Libertaria
Detrás de Milei existe una sofisticada red de pensadores libertarios que rara vez ocupan portadas pero son absolutamente fundamentales para entender el fenómeno.
Alberto Benegas Lynch (padre) fundó el Centro de Estudios sobre la Libertad en Argentina en 1949, apenas cuatro años después del retorno de Perón al poder. Su hijo, Alberto Benegas Lynch (hijo), continuó la tradición, definiendo el liberalismo como «el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo». Estos no son nombres que aparezcan en las portadas de los medios masivos, pero son los arquitectos intelectuales del liberalismo argentino contemporáneo.
En España, Juan Ramón Rallo representa el tipo de referente que vive en el equilibrio precario entre la academia y la comunicación pública. Economista, profesor en la Universidad Francisco Marroquín y fundador del Instituto Juan de Mariana, Rallo ha sido más sabio que Milei a la hora de no entrar en política partidaria. Sin embargo, su influencia es palpable: sus análisis sobre reforma tributaria y reducción estatal circulan entre políticos, académicos y empresarios.
Jesús Huerta de Soto, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y figura más respetada del anarcocapitalismo contemporáneo, representa otro modelo: el del intelectual puro que no busca poder político, pero cuyas ideas penetran profundamente en los círculos de poder. Su trabajo sobre economía austriaca, banca de reserva completa y la imposibilidad del cálculo económico socialista es considerado canónico en círculos libertarios globales.
En América Latina, Axel Kaiser, el abogado y politólogo chileno, ha optado por un camino cercano al de Rallo: influencia masiva sin responsabilidad política formal. Sin embargo, su impacto es innegable: sus frases como «el Estado es un cártel violento» se convirtieron en lemas de campaña de Milei. Kaiser representa el poder de la batalla cultural, pero también sus limitaciones: sin poder político, sus ideas impactan la conversación pero no la legislación.
Daniel Raisbeck en Colombia intentó un camino más político, presentándose como candidato a la alcaldía de Bogotá en 2015 y a la Cámara de Representantes. A diferencia de Milei, Raisbeck no logró la tracción electoral necesaria, pero su legado sigue siendo importante en círculos libertarios latinoamericanos.
El Dilema Que No Es Dilema: Dentro vs. Fuera del Sistema
Aquí reside el verdadero nudo del asunto. Algunos libertarios argumentan —como ciertos sectores cercanos a Juan Ramón Rallo— que es posible forzar más «desde la batalla de las ideas que desde la política». Teóricamente, esto es atractivo. Prácticamente, la historia lo desmienta.
Suiza y Liechtenstein, frecuentemente citados como ejemplos de estados liberales exitosos, no se volvieron libres por la mera persuasión intelectual. Sus instituciones federales, el respeto a la propiedad privada y los sistemas descentralizados fueron construidos mediante un complejo proceso político que incluyó revoluciones, conflictos y, sí, políticos liberales en posiciones de poder.
El problema es este: si solo los libertarios operamos fuera del sistema, ¿a quién votará la gente que nos hemos convencido en redes sociales? Si una generación se radicaliza hacia la libertad pero no encuentra una opción política viable que la represente, terminará absteniéndose (reduciendo la legitimidad democrática) o retornando a opciones tradicionales (perdiendo la batalla cultural ganada).
Milei comprendió esto. Su táctica, aunque imperfecta, fue entrar al juego político sin renunciar a sus principios libertarios. Sí, ha tenido que hacer concesiones. No, su reforma no es la que hubiera diseñado un think tank libertario puro. Pero está sucediendo. Las cosas están cambiando en Argentina, lentamente, pero cambiando.
La Estrategia de Generaciones: Reformas Graduales Como Victoria
El concepto de «reformas de primera, segunda y tercera generación» que Milei propone es crucial aquí. No se trata de derrotar al estatismo en una sola batalla, sino de avanzar gradualmente, ganando espacios incrementales que eventualmente acumulen poder suficiente para reformas más profundas.
La reducción de 53,000 empleados públicos en Argentina, aunque pareciera una gota en el océano de una burocracia de millones, representa un cambio en la mentalidad: demostró que es posible reducir el estado sin que colapse la administración. Las 1,246 desregulaciones, aunque parciales, probaron que el libre mercado puede funcionar sin la omnipresencia regulatoria.
Esto es exactamente lo contrario del «fracaso libertario». Son pequeñas victorias acumulables que, a mediano y largo plazo, reconfiguran el orden político.
El Papel Crítico de la Batalla Cultural: Complementaria, No Alternativa
No se trata de reemplazar la batalla cultural con la política partidaria. Se trata de reconocer que ambas son necesarias y complementarias. Axel Kaiser, Juan Ramón Rallo, Huerta de Soto y otros intelectuales libertarios están ganando terreno en la conversación pública. Pero esa conversación necesita traducirse en política.
El texto que nos sirve de referencia plantea correctamente: «La opinión de los ciudadanos ha sido moldeada durante años, adoctrinada en los centros educativos y medios de comunicación». La izquierda lo entiende: por eso tiene ambos frentes, el cultural y el político. No es por casualidad que el marxismo cultural haya penetrado academia, medios y política simultáneamente. Es estrategia.
Los libertarios, durante décadas, nos enfocamos casi exclusivamente en ganar la batalla de las ideas. Fue necesario y fue correcto, especialmente porque el terreno intelectual había sido completamente colonizado por el keynesianismo, el socialismo y el desarrollismo. Pero la hora ha llegado de ampliar el frente.
La Pregunta Incómoda: ¿Para Qué Ganamos la Batalla Cultural Si No Entramos en Política?
Si un joven se convence mediante videos de Axel Kaiser de que el Estado es un cártel violento, que los impuestos son robo, y que la propiedad privada es sagrada, ¿Qué hace ese joven el día de las elecciones?
Si no existen opciones políticas libertarias viables, ese joven puede:
- Abstenerse, lo cual reduce la legitimidad democrática del gobierno (pero no lo detiene)
- Votar a opciones conservadoras tradicionales, que mantienen el estado empresario
- Retornar a opciones progresistas, argumentando que al menos ofrecen cambio (aunque sea en dirección equivocada)
- Votar por libertarios en tercera posición, desperdiciando su voto en un sistema presidencialista
Ninguna de estas opciones es satisfactoria. La cuarta es la menos, porque es inútil.
El caso de Milei demuestra que la opción existe cuando un libertario auténtico entra al juego político con el respaldo de una batalla cultural previa. No fue Milei quien creó las ideas libertarias en Argentina; fue Alberto Benegas Lynch, su hijo, y toda una generación de ESEADE. Pero fue Milei quien les dio poder político.
Conclusión: Es Hora de Entrar
Después de décadas ganando la batalla de las ideas en espacios marginales, el libertarismo se enfrenta a una encrucijada. Podemos continuar siendo los intelectuales brillantes que nadie escucha afuera de sus círculos. O podemos hacer lo que hizo Reagan, lo que hizo Thatcher, lo que está haciendo Milei: entrar en política.
Esto no significa abandonar los principios ni comprometerse con el colectivismo. Reagan no dejó de ser conservador; simplemente aplicó sus ideas dentro del marco político real. Thatcher no claudicó ante el keynesianismo; simplemente reformó la economía británica paso a paso.
La verdad incómoda que la izquierda ha entendido mejor que la derecha libertaria es esta: sin poder político, las ideas son solo eso, ideas. Y si queremos cambiar un país, necesitamos ambos: la batalla cultural que prepara el terreno y los políticos libertarios que cosechen lo que se ha sembrado.
No todos los libertarios necesitan entrar en política. Rallo, Huerta de Soto y Kaiser tienen roles cruciales como pensadores e intelectuales. Pero necesitamos más libertarios que sí entren. No solo Milei, sino redes enteras de políticos libertarios en legislaturas locales, gobiernos regionales y congresos nacionales.
Porque al final, la pregunta no es si deberíamos entrar en política. La pregunta es: ¿Qué pasará con nuestras ideas si no lo hacemos?