El Calvo Liberal y La Libertad de Expresión
Tema álgido, sea cual sea el momento histórico. Sin embargo, la libertad de expresión nunca ha sido puesta tan a prueba en occidente, como desde inicios de la pandemia hasta los días actuales. Precisamente es una de las libertades que más atacan los colectivistas y que más debemos preservar.
Soy liberal o libertario, vamos a recordarlo… Si quieres leer otros artículos del blog, pincha aquí. Te aseguro que no te voy a dejar indiferente.
La Libertad de Expresión: Una Defensa desde la Filosofía Libertaria
La libertad de expresión no es un capricho moderno, ni tampoco un derecho otorgado benevolentemente por los gobiernos. Es, en realidad, una de las piedras angulares sobre la que descansa toda sociedad que aspire a ser verdaderamente justa y libre. Como he venido argumentando, existe un vínculo indisoluble entre democracia y libertad de expresión, un vínculo que no surge de la nada, sino que es el fruto de una larga lucha histórica contra el pensamiento único, la censura y la manipulación de la información.
Cuando las revoluciones liberales triunfaron en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, trajeron consigo algo revolucionario: el reconocimiento de que los individuos tenían derecho a expresar sus ideas, a comunicar sus pensamientos, a desafiar lo establecido sin temor a ser encarcelados o torturados. Esto marcó un antes y un después en la historia de la civilización. Y es precisamente esta concepción liberal la que define mi forma de entender la libertad de expresión.
El Fundamento Libertario: Respeto Integral al Otro
Para nosotros, los libertarios, el respeto no es una abstracción vacía. Es el pilar fundamental de toda sociedad que merezca existir. En una sociedad abierta, no puede haber imposición por la fuerza de las creencias, convicciones o acciones de unos sobre otros. Ni gobernantes ni gobernados poseen la autoridad moral para hacer tal cosa.
Robert Nozick, el pensador estadounidense que tanto ha contribuido a refinar nuestras ideas, insistía en que la libertad individual es previa a cualquier pacto social. No es algo que nos sea concedido; es algo que poseemos por el simple hecho de ser humanos. Para Nozick, cualquier interferencia en esta libertad es, en términos morales, inaceptable. La libertad no se crea; se ejerce de forma natural, consustancial a nuestra naturaleza.
Pero la libertad no existe en el vacío. Existe en relación con otros seres humanos. Por eso el respeto integral al otro es tan crucial. Este respeto debe abarcar su conciencia, sus ideas, sus dichos, sus acciones. Y sí, también abarca cómo hablamos de sus creencias religiosas o irreligiosas, aunque estas nos parezcan completamente absurdas o contrarias a nuestras propias convicciones.
Aquí radica una diferencia fundamental: no existe, como erróneamente algunos pretenden afirmar, un «derecho a blasfemar o a ofender». Eso sería una contradicción flagrante. El liberalismo no es la antítesis de la moral; es exactamente lo opuesto. La sociedad abierta es la sociedad del orden y de la consideración estricta al otro. Es una sociedad de reglas, de límites, pero límites trazados a través del respeto voluntario, no de la imposición coercitiva.
Pensadores que nos Han Precedido
Mi perspectiva no surge de la nada. Ha sido alimentada por una larga tradición de pensadores que entendieron que la libertad de expresión era esencial. John Milton, en su Areopagitica, fue uno de los primeros en defender con pasión la libertad de imprenta. Baruch Spinoza argumentaba en su Tractatus theologico-politicus que la libertad de pensamiento y expresión son derechos personales a los que nadie puede renunciar, aunque el Estado intente hacerlo.
Pero si hay un pensador que merece una atención especial es John Stuart Mill. A diferencia de nosotros, los libertarios, Mill se aproximaba a la libertad desde una perspectiva utilitarista. Sin embargo, su defensa de la libertad de expresión es prácticamente intachable. Mill comprendía algo fundamental: la verdad no surge del silencio y la censura, sino del choque libre de opiniones. Si silenciamos una opinión verdadera, robamos a la humanidad la oportunidad de conocer la verdad. Y si silenciamos una opinión falsa, nos privamos del beneficio de ver la verdad enfrentada y refutada por el error.
Mill sostenía que aunque el pensamiento debe ser absolutamente libre, la libertad de acción debe limitarse para prevenir daños al prójimo. Esta distinción entre pensamiento y acción es profunda, y es un punto donde los libertarios podemos converger con otros pensadores que no comparten nuestras premisas ideológicas completas.
Los Límites: Donde Comienza la Justicia
Ahora bien, ¿Dónde trazamos el límite? ¿Cuándo termina la libertad de expresión y comienza la injuria, la calumnia y el agravio? Esta es la pregunta que ha atormentado a juristas y filósofos durante siglos, y es la pregunta correcta.
Lo que es chiste para uno puede ser ofensa mortal para otro. Y viceversa. No existe una vara mágica que nos diga objetivamente dónde se encuentra la frontera. Pero es precisamente en este punto donde el derecho liberal marca su distinción más clara respecto de cualquier otra forma de organización social: el límite entre el ejercicio legítimo de la libertad y el agravio se traza a través del acuerdo voluntario entre las partes implicadas.
Cuando este acuerdo se viola, cuando una persona se siente agraviada por otra, el camino no es la venganza, el linchamiento público ni la censura por decreto. El camino es la justicia. Es ante los tribunales donde se debe dirimir la cuestión. Por eso existen, en los códigos penales liberales, las figuras jurídicas de calumnia e injuria. Estas figuras no son instrumentos de represión arbitraria; son protecciones establecidas para garantizar que el daño real sea compensado a través de procedimientos predecibles y justos.
Cesare Beccaria, el ilustrado italiano que revolucionó el pensamiento penal en el siglo XVIII, nos enseñó algo valioso: la verdadera medida de un delito es el daño hecho a la sociedad, no la intención de quien lo comete, ni las emociones que genera. Un delito de opinión —y aquí debo ser claro— no causa daño a la sociedad simplemente por ser una opinión. El daño, en términos libertarios, debe ser tangible, verificable, demostrable.
Dentro de nuestra propia tradición libertaria, hay figuras que merecen ser conocidas pero que con frecuencia son pasadas por alto.
Lysander Spooner fue un individualista y humanista que vivió en Estados Unidos en el siglo XIX. Aunque se le asocia frecuentemente con el anarcocapitalismo, su lucha por la abolición de la esclavitud y sus escritos sobre desobediencia civil revelan a un pensador profundamente comprometido con la libertad. Spooner entendía que la libertad de expresión y pensamiento eran inseparables de cualquier pretensión de libertad genuina.
Henry David Thoreau, poeta y activista, escribió un ensayo que sigue siendo relevante hoy: Sobre el deber de la desobediencia civil. Aunque podría parecer que Thoreau propugnaba el caos, en realidad estaba articulando una idea profundamente libertaria: que la autoridad moral del individuo y su conciencia están por encima de la obediencia ciega a las leyes injustas. Y esto es inseparable de la libertad de expresión: no puedo ejercer mi conciencia si no tengo derecho a expresarla.
Rose Wilder Lane es una figura casi olvidada, pero fue una de las fundadoras del movimiento libertario estadounidense. Su escritura y su pensamiento ayudaron a moldear lo que eventualmente se convertiría en el Partido Libertario de los Estados Unidos. Lane entendía que la libertad política tenía raíces profundas en la libertad de pensamiento y expresión.
Perspectivas Complementarias: Más Allá del Libertarismo Puro
Aunque mi perspectiva es fundamentalmente libertaria, sería intelectualmente deshonesto no reconocer que hay pensadores de otras tradiciones que han hecho contribuciones valiosas a nuestra comprensión de la libertad de expresión.
Karl Popper, filósofo de tradición liberal pero no libertario en sentido estricto, nos presenta su concepto de la «sociedad abierta» como una sociedad fundamentada en la libertad individual y el cuestionamiento crítico. Popper enfatiza que una sociedad verdaderamente abierta no puede funcionar si no hay libertad para pensar, para discutir, para debatir. Su paradoja de la tolerancia es provocadora: una sociedad tolerante no debe tolerar a los intolerantes que buscan destruir la propia tolerancia. Aunque con esto yo no estoy completamente de acuerdo —la represión preventiva es peligrosa—, su inquietud por preservar la capacidad de la sociedad para mantener estas libertades es digna de consideración.
Jürgen Habermas, el filósofo alemán contemporáneo, nos ofrece un análisis fascinante de la «esfera pública». Para Habermas, la libertad de expresión es esencial porque es el espacio donde los ciudadanos pueden discutir libremente, sin presiones, los asuntos de interés general. La opinión pública no es simplemente la suma de opiniones privadas; es un fenómeno que surge cuando hay garantía de libertad de reunión, asociación y expresión. Aunque Habermas es más cercano a la socialdemocracia que al libertarismo, su insistencia en la necesidad de espacios públicos donde prospere el debate libre es algo que podemos apreciar.
La Dimensión Práctica: Cómo Funciona en Realidad
Creo que es importante ser honesto aquí. El marco libertario que he presentado no es simplemente teórico; tiene implicaciones prácticas profundas. Cuando digo que nadie debe limitar la libertad de expresión de nadie excepto si incumple la ley, estoy haciendo una afirmación radical: la ley debe ser el único límite legítimo.
Esto significa que si publico una opinión que a alguien le parece ofensiva, esa persona no tiene derecho a silenciarme por su cuenta. Tampoco tiene derecho a una empresa de redes sociales a quitarme arbitrariamente mi voz simplemente porque mis palabras le desagradan. El único camino legítimo es demostrar, ante un tribunal de justicia, que he cometido calumnia o injuria conforme a las definiciones del código penal.
Pero también significa que quien se considere efectivamente perjudicado tiene el derecho a acudir a los tribunales y obtener reparación. Una sentencia favorable debe ser cumplida y respetada. Este es el delicado equilibrio de una sociedad liberal genuina: ni el vigilantismo de la mayoría, ni la represión estatal arbitraria, sino el estado de derecho.
Chandran Kukathas y el Archipiélago Liberal
Un pensador contemporáneo que ha refinado algunas de estas ideas es Chandran Kukathas, filósofo político de Malasia. Kukathas sostiene que en el corazón del punto de vista libertario hay un principio de no violencia y no agresión contra otros. Pero va más allá: argumenta que la sociedad liberal no es una unidad monolítica con una sola concepción de «bien común». Es más bien un archipiélago de comunidades diferentes que coexisten bajo un océano de tolerancia recíproca.
Lo que me llama la atención de Kukathas es su claridad: para que este archipiélago funcione, debe haber libertad de conciencia y, por consiguiente, libertad de expresión. Sin embargo, no es una libertad para que alguien imponga silenciosamente sus valores sobre otros. Es una libertad para que cada comunidad pueda perseguir su propio proyecto existencial sin interferencia coercitiva.
Dos Mundos, Dos Concepciones: Libertad de Expresión en Estados Unidos y Europa
Es imposible reflexionar sobre la libertad de expresión sin enfrentar una realidad incómoda pero fundamental: existe un abismo profundo entre cómo Estados Unidos y Europa conciben, protegen y limitan este derecho. Estas diferencias no son meras sutilezas legales; reflejan visiones radicalmente distintas sobre qué significa ser libre, qué significa democracia y cómo debe organizarse una sociedad.
Como libertario, debo reconocer que esta divergencia me plantea preguntas profundas sobre cuál modelo se aproxima más a la verdadera libertad de expresión, y cuál la socava sin que muchos lo noten.
La Primera Enmienda: Un Blindaje Casi Absoluto
En Estados Unidos, la Primera Enmienda de la Constitución establece una prohibición tajante: «El Congreso no hará ninguna ley que restrinja la libertad de palabra o de prensa». A diferencia de otros derechos fundamentales, esta formulación es notable por su aparente absolutismo. No dice «la libertad de expresión estará protegida, salvo…» No. Simplemente prohíbe al gobierno legislar en su contra.
Durante más de un siglo, esta garantía fue relativamente limitada. Los estados podían regular la libertad de expresión como les pareciera. Pero en 1925, la Corte Suprema comenzó a aplicar la Primera Enmienda a los estados a través de la decimocuarta enmienda. Desde entonces, la jurisprudencia estadounidense ha ido refinando y expandiendo la protección de la libertad de expresión de una manera que es, en términos comparativos, extraordinaria.
El caso de Brandenburg v. Ohio (1969) es paradigmático. Un miembro del Ku Klux Klan fue arrestado por pronunciar discursos incendiarios durante un mitin que luego fue televisado. La Corte Suprema revocó su condena. La razón es crucial: aunque el discurso hacía referencia a la violencia, no constituía una «inmediata y directa incitación» a actos ilegales que fuera probable que provocara. En otras palabras, solo el discurso que incita de manera inmediata y probable a la violencia está fuera de la protección de la Primera Enmienda.
Esto significa que en Estados Unidos, un neonazi puede hacer proselitismo abiertamente. Un comunista puede abogar por la revolución. Un supremacista blanco puede expresar ideas repugnantes sobre la superioridad racial. Siempre y cuando no cruce la línea de la «incitación inmediata», el gobierno no puede detenerlo, procesarlo ni encarcelarlo.
Más importante aún: la Primera Enmienda es una restricción solo al gobierno. En términos libertarios, esto es correcto. Mi derecho a la libertad de expresión es un derecho frente al Estado, no frente a ciudadanos privados o empresas privadas. Si un periódico privado se niega a publicar mi artículo, o si una empresa de redes sociales me prohíbe publicar en su plataforma, eso no es una violación de la Primera Enmienda. Es una decisión legítima de propiedad privada.
Europa: La Democracia «Defensiva»
Europa, por el contrario, toma un camino muy diferente. El artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos reconoce la libertad de expresión, pero en su segundo apartado establece explícitamente que esta libertad puede ser limitada. ¿En qué casos? Para proteger la seguridad nacional, la integridad territorial, la salud pública, la moral pública, los derechos de terceros y, crucialmente, «la protección de la democracia».
Esta última categoría es donde reside la diferencia más profunda. Europa opera bajo lo que algunos teóricos llaman la doctrina de la «democracia defensiva» o «democracia militante». La premisa es que una democracia liberal tiene derecho y deber de defenderse contra aquellos que buscarían destruirla desde adentro.
En Alemania, esto se traduce en legislación específica. El artículo 5 de la Ley Fundamental alemana garantiza la libertad de expresión, pero también establece límites: las disposiciones de leyes generales, las leyes de protección de menores y el derecho al honor personal. Pero va más allá. Existe el artículo 86a del Código Penal alemán, que prohíbe el uso de símbolos de organizaciones inconstitucionales —como símbolos nazis— en ciertos contextos. Un alemán puede ser encarcelado hasta tres años simplemente por ondear una bandera con una esvástica o hacer apología del nacionalsocialismo.
Alemania también posee leyes que penalizan el «discurso de odio» dirigido contra grupos protegidos: miembros de religiones, etnias o clases sociales específicas. Esto va mucho más allá del test estadounidense de «incitación inmediata».
En el Reino Unido, las cosas se han vuelto aún más restrictivas. Se han reportado casos donde ciudadanos han sido arrestados por rezar en silencio cerca de clínicas de aborto. Otros enfrentan amenazas de arresto por rezar dentro de sus propias casas por temas religiosos considerados ofensivos.
Suecia, considerada una democracia liberal progresista, ha respaldado efectivamente leyes de blasfemia que castiga a quienes queman Coranes de manera pacífica, incluso cuando extremistas asesinan a estos activistas en represalia.
El Contraste de Principios
¿Cuál es la diferencia fundamental de principios? Estados Unidos opera bajo una lógica que podría llamarse «libertaria»: desconfía del gobierno y presume a favor de la libertad. La carga está en el estado para demostrar que la restricción es absolutamente necesaria. El test es alta: solo si hay peligro inmediato de violencia.
Europa, por el contrario, opera bajo una lógica que podría llamarse «comunitarista»: presume a favor de la protección de ciertos valores fundamentales —la democracia, la dignidad, la protección de grupos vulnerables— incluso a costa de la libertad de expresión. La carga está en quien quiere expresar algo potencialmente peligroso para demostrar que no vulnera estos valores.
Para un libertario como yo, esto presenta un dilema. No puedo, de buena fe, defenderlo todo. La democracia defensiva tiene una lógica, pero esa lógica es peligrosa. ¿Quién decide qué ideas «amenazan la democracia»? ¿Los gobiernos? ¿Las élites? La historia demuestra que una vez que se abre la puerta a las restricciones basadas en «proteger la democracia», esa puerta se expande constantemente. Lo que hoy se justifica como protección contra el nazismo mañana se usa para silenciar disidentes políticos, activistas ambientales o críticos religiosos.
El Debate sobre el Discurso de Odio
Quizás ningún tema ilustra mejor esta brecha que el del «discurso de odio». En Estados Unidos, no existe tal cosa como un delito específico de «discurso de odio». Puedo insultar, degradar, humillar verbalmente a un grupo entero de personas y el gobierno no puede castigarme. Lo único que cuenta es si he incitado directamente a la violencia inmediata.
En Europa, el discurso de odio es una categoría legal específica. Alemania tiene leyes contra el «Volksverhetzung» (incitación a la violencia o discriminación contra grupos). Francia tiene leyes similares. España tiene legislación que penaliza el enaltecimiento del terrorismo y los discursos de odio.
Los teóricos jurídicos reconocen que estas diferencias son «extremas e irreconciliables». No son simplemente divergencias legales; provienen de «diversas tradiciones filosófico-políticas e históricas».
Estados Unidos, moldeada por su experiencia de revolución contra la autoridad central y su énfasis en los derechos individuales, adopta una aproximación individualista. Europa, especialmente Alemania, moldeada por la experiencia del Holocausto y el totalitarismo, adopta una aproximación colectiva que prioriza la protección de grupos vulnerables y la integridad del orden democrático.
Mi Posición Libertaria Frente a Este Dilema
Como libertario, reconozco la lógica de ambos lados, pero debo ser claro: la aproximación estadounidense es más consistente con la libertad genuina.
Sí, la aproximación estadounidense permite que expresiones repugnantes sean dichas públicamente. Sí, permite que extremistas de todo tipo tengan una plataforma. Pero aquí está la verdad incómoda: si el gobierno tiene el poder de decidir qué discursos «amenazan la democracia», entonces el gobierno tiene poder absoluto. Y ese poder será inevitablemente abusado.
La historia europea moderna lo demuestra. Las leyes creadas para prohibir el nazismo, ¿quién decide cuándo se aplican? Gobiernos. Y esos gobiernos, una vez que tienen el poder, lo expanden. Lo que comienza como protección contra el extremismo se convierte en censura de disidentes políticos, críticos religiosos y activistas.
Pero también debo reconocer algo: la Primera Enmienda estadounidense no es perfecta, y Europa ha identificado algo importante. Existe una razón por la que Europa ha adoptado la doctrina de la democracia defensiva: la experiencia del Holocausto demostró que el discurso de odio persistente puede, efectivamente, conducir a atrocidades masivas. No es solo teoría.
Sin embargo, la respuesta no es censura preventiva. La respuesta es una sociedad que fomente una cultura de resistencia activa a las ideas extremistas. Una sociedad que eduque a sus ciudadanos a pensar críticamente. Una sociedad que demuestre públicamente por qué las ideas de odio son erróneas. Una sociedad donde prevalezca más discurso, no menos discurso.
En términos libertarios, la solución a un discurso malo es más discurso, no el silencio forzado. John Stuart Mill ya lo había visto: sí silencio una opinión falsa, pierdo la oportunidad de refutarla y de fortalecer la verdad a través del contraste.
Las Plataformas Digitales: Un Nuevo Terreno de Batalla
Aquí es donde las cosas se vuelven particularmente interesantes en el contexto actual. Tanto Estados Unidos como Europa enfrentan un nuevo desafío: las redes sociales y plataformas digitales no están reguladas por la Primera Enmienda en Estados Unidos, ni por las disposiciones del Convenio Europeo en Europa.
En Estados Unidos, una empresa como Meta o X puede censurar lo que desee. Los conservadores alegan que estas empresas censuran su expresión política. Los progresistas alegan que estas empresas no censuran lo suficiente. Y en términos estrictamente legales, ambos grupos están equivocados. Estas son empresas privadas. Tienen derecho a establecer sus propias normas.
Sin embargo, hay un problema libertario aquí que merece reflexión: estas plataformas se han convertido en espacios públicos de facto. Millones de personas obtienen sus noticias, tienen sus debates políticos y expresan sus identidades en estas plataformas. Si estas plataformas pueden censurar arbitrariamente, entonces, en términos prácticos, hemos creado una nueva forma de opresión: la opresión privada.
Pero la solución no es que el gobierno regule estas plataformas. La solución es que emerjan alternativas. Si X censura a cierto grupo político, ese grupo puede crear su propia plataforma. Si Meta elimina contenido que ofende a ciertos usuarios, pueden buscar otras redes sociales.
En Europa, por el contrario, ahora existe la Directiva de Servicios Digitales (DSA, por sus siglas en inglés) y en Alemania la Ley de Servicios Digitales (DDG), que requieren que las plataformas eliminen contenidos «ilegales» conforme a la ley europea en 24 horas. Esto significa que lo que es perfectamente legal decir en Estados Unidos (como hacer proselitismo nazi) es ilegal en Alemania y debe ser removido de cualquier plataforma que opera allí.
La Brecha Irreconciliable
La brecha entre Estados Unidos y Europa sobre la libertad de expresión refleja dos visiones fundamentales sobre qué significa democracia, qué significa libertad y quién tiene autoridad para decidir cuándo la libertad debe ceder ante otros valores.
Estados Unidos apuesta por la libertad, incluso sabiendo que será mal usada. Europa apuesta por la protección de ciertos valores democráticos y de dignidad, incluso sabiendo que requiere restricciones a la libertad.
Desde una perspectiva libertaria, debo argumentar que Estados Unidos tiene razón. Una sociedad libre debe tolerar la intolerancia, porque la alternativa —confiar en autoridades para identificar y suprimir ideas peligrosas— inevitablemente conduce a la tiranía.
Pero debo también reconocer que no existe una solución perfecta aquí. Los europeos no son tontos. Han visto el horror del extremismo llevado al poder. Han tratado de construir salvaguardas. El problema es que esas salvaguardas pueden ser convertidas en armas contra cualquiera.
Por eso, en última instancia, la única solución es la que siempre ha sido libertaria: una sociedad de ciudadanos responsables, informados y críticos. Una sociedad que rechace activamente el extremismo, no porque sea ilegal, sino porque es moralmente indefendible. Una sociedad que confíe en la capacidad del discurso libre para autocorregirse.
Esto es más difícil. Requiere más trabajo. Requiere una ciudadanía educada. Pero es la única forma de preservar la libertad genuina sin sacrificar la seguridad democrática en el altar de la autoridad estatal.
El Verdadero Significado de la Sociedad Abierta
La libertad de expresión no es un derecho otorgado por la democracia. Es, en realidad, un requisito previo para que la democracia sea genuinamente justa. Sin libertad de expresión, lo que tenemos no es democracia, sino el gobierno de la mayoría sin límites, lo que es tan despótico como cualquier monarquía.
En una sociedad verdaderamente liberal, existe un respeto integral por el otro. Esto significa que reconozco su derecho a tener creencias que yo considero equivocadas, injustas o incluso peligrosas. Significa que no puedo violentar, ni censurar su voz, ni impedirle que la exprese públicamente, simplemente porque discrepamos.
Pero también significa que existen límites. Cuando mi libertad de expresión se convierte en calumnia demostrable, en injuria verificable, en agravio tangible, entonces y solo entonces es legítimo que el derecho intervenga. Y que intervenga a través de procedimientos justos, no de represalias y venganzas.
La sociedad verdaderamente abierta es, por lo tanto, una sociedad de reglas claras, límites transparentes y respeto integral. No es un caos donde cada uno puede decir lo que quiera sin consecuencias. Es un orden donde la libertad y la responsabilidad van juntas, donde la ley protege tanto al que habla como al que se siente agraviado.
Esta es la libertad de expresión que defiendo. No es perfecta, porque nada humano lo es. Pero es el mejor sistema que hemos desarrollado para permitir que la verdad emerja, que los errores sean corregidos, que la injusticia sea visible y combatida, y que cada ser humano tenga voz en la configuración de su propio destino.
¡ABRO DEBATE!