El Calvo Liberal y La Religión

El Calvo Liberal y La Religion
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El Calvo Liberal y La Religión

Este es el cuarto post que escribo en El Blog Liberal y estoy muy contento por los comentarios recibidos hasta ahora. ¡Incluso me están pidiendo colaboraciones en otros blogs!

¡Gracias a quienes me dieron su apoyo!

Hablar de la religión es un tema álgido entre los liberales. Unos abogamos por un agnosticismo precavido, otros se inclinan más hacia el ateísmo y los más conservadores tienen sus creencias arraigadas.

Quizás el tema de la religión sea uno de los más discutidos junto al aborto (tema del cual hablaré en otro post) y por ello me he animado a escribir sobre mi punto de vista al respecto.

 

Liberalismo y Religión: Una Perspectiva Libertaria

No todas las religiones son cadenas. Ese es el punto de partida que me gustaría desarrollar aquí, precisamente desde la tradición libertaria que intenta ser rigurosa en sus argumentos. Es cierto que la religión organizada ha sido históricamente un instrumento de control, un aparato de represión al servicio de poderes políticos. Pero aquí está lo importante: el problema no es la religión en sí, sino su alianza con la coerción estatal.

 

La Distinción Crítica: Religión y Autoridad

En la filosofía libertaria, la clave para entender cualquier institución no es preguntar si es «buena» o «mala», sino si implica coerción. La religión, cuando es libremente aceptada y practicada, cuando no impone obligaciones mediante la fuerza del Estado, es radicalmente diferente de la religión que se impone coercitivamente. Aquí está donde los grandes pensadores libertarios—desde John Locke hasta los contemporáneos—han acertado algo fundamental.

John Locke, considerado el padre del liberalismo clásico, nunca vio la religión como enemiga de la libertad. Lo que Locke atacaba era el monopolio estatal de la fe, esa pretensión del Leviatán por controlar hasta lo más íntimo de la conciencia humana. Locke argumentaba que «la iglesia es una sociedad libre y voluntaria» y que «los asuntos religiosos estaban lejos de los intereses del gobierno». Este es un punto absolutamente crucial que muchos libertarios ateístas olvidan: Locke no rechazaba la religión; rechazaba su instrumentalización política.​

Los fundadores estadounidenses que escribieron la Primera Enmienda—prohibiendo al Congreso legislar sobre religión—no lo hicieron para eliminar la fe de la sociedad. Pensadores como Thomas Jefferson y James Madison eran profundamente religiosos. Su intención era precisamente lo opuesto: proteger la libertad religiosa contra la interferencia estatal, entendiendo que la fe verdadera solo puede existir en ausencia de coacción.

 

Miguel Anxo Bastos: La Religión como Sustrato Moral del Capitalismo

Ahora bien, si hay un pensador libertario contemporáneo que ha desarrollado la perspectiva más sofisticada sobre la relación entre religión y libertad económica, ese es sin duda Miguel Anxo Bastos. Su posición es radicalmente distinta a la que expresa tu texto de referencia, y creo que es precisamente aquí donde el rigor argumentativo libertario nos lleva a conclusiones contraintuitivas pero profundas.

Para Bastos, la afirmación «sin religión no habría capitalismo» es mucho más que una ocurrencia histórica. Es una tesis central sobre cómo funcionan realmente las sociedades libres. Desde su perspectiva anarcocapitalista, los valores religiosos—particularmente aquellos que enfatizan la responsabilidad individual, el ahorro, la ética del trabajo y la rectitud moral—fueron absolutamente fundamentales en la génesis del capitalismo moderno.​

Este es un argumento que desafía tanto a los ateos libertarios como a los religiosos anticapitalistas. Bastos sostiene que el pensamiento libertario puro—aquel que afirma que los individuos son completamente libres para hacer lo que deseen—tiene un problema fundamental: no responde la pregunta más importante que nos hacemos cuando reflexionamos sobre nuestra propia libertad: ¿Qué debo hacer yo?. El liberalismo, como ideología de proceso, nos dice «tú puedes hacer lo que quieras», pero no nos proporciona una brújula moral para saber qué deberíamos hacer.​

La religión, en este contexto, cumple una función absolutamente vital: proporciona esa estructura de valores, esas pautas de conducta morales que permiten a los individuos autodeterminarse no arbitrariamente, sino racionalmente dentro de un framework ético coherente. Y aquí está lo crucial para entender a Bastos: esta función no es incompatible con la libertad; es absolutamente necesaria para que la libertad sea posible en una sociedad compleja.​

Desde la perspectiva de Bastos, hay algo especialmente importante sobre cómo la religión tradicional actúa como contrapeso al poder estatal. Si eliminamos la religión—si decimos que es simplemente una «jaula» de la que debemos escapar—nos quedamos en una situación potencialmente más peligrosa: atomizados, sin marcos de referencia moral más allá de la ley civil, incapacitados para resistir la expansión del poder gubernamental. Una moral autónoma que no depende de la moral estatal es precisamente lo que la religión proporciona. Si el Estado intenta redefinir la ética, si quiere dictar qué debemos creer, qué debemos desear, la religión tradicional proporciona una defensa desde fuera del sistema estatal.

La Iglesia Católica y la Anarquía Capitalista

Bastos va incluso más lejos en su análisis. Para él, la relación entre el anarcocapitalismo y el catolicismo es lógica, casi necesaria. ¿Por qué? Porque la Iglesia Católica, en su estructura y en su historia, es fundamentalmente una institución que nació contra el Estado, no con el Estado. La Iglesia primitiva se desarrolló en un mundo hostil, en un imperio que perseguía sus valores. Durante siglos, la Iglesia existió en oposición al poder político, ofreciendo una estructura de autoridad, de servicios, de comunidad, completamente independiente de la maquinaria estatal.​

Esto es radicalmente importante para entender por qué alguien como Bastos, profundamente libertario, no ve la religión como enemiga de la libertad. La Iglesia es, de hecho, un ejemplo histórico de cómo una institución puede prestar «todo tipo de servicios en ausencia de estado, no solo ausencia de estado, sino contra el estado». Es la demostración práctica de que la sociedad puede organizarse, que los individuos pueden coordinar acciones complejas, que puede haber orden sin coerción estatal. Este es precisamente el proyecto del anarcocapitalismo.​

Además, Bastos rechaza la idea de que la religión haya estado necesariamente ligada al poder político. Cuando observa la historia de las Cruzadas o de las guerras religiosas, su conclusión no es que la religión sea intrínsecamente violenta, sino que ha sido aprovechada por los príncipes para justificar sus ambiciones políticas. La religión en esas historias fue instrumentalizada; no fue causa, sino herramienta de la ambición de poder político.

La Civilización Occidental: Un Producto Cristiano

Cuando Bastos afirma que «Occidente no existiría si no fuera por la Iglesia Católica», no está siendo romántico ni nostálgico. Está siendo empírico. La arquitectura institucional de Occidente—desde las universidades hasta los hospitales, desde la concepción del derecho natural hasta la idea misma de derechos humanos universales—son productos de la tradición cristiana. El 80 o 90 por ciento de los valores que profesan incluso los ateos contemporáneos son valores cristianos reinterpretados.​

Aquí es donde el pensador libertario riguroso debe ser honesto: muchos de los pensadores que supuestamente rechazaban la religión—Voltaire y los ilustrados que cita Bastos—fueron educados en colegios religiosos. Su capacidad misma para pensar libremente, para cuestionar, para filosofar, fue cultivada dentro de una tradición que era fundamentalmente cristiana. Las universidades que produjeron librepensadores fueron, en su origen, instituciones cristianas.

Murray Rothbard: El Ateo que Defendió el Cristianismo

Es fascinante que Murray Rothbard, considerado el «Sr. Libertario» y ateo declarado toda su vida, desarrolló una de las defensas más contundentes del cristianismo desde la perspectiva libertaria. En una carta de 1991, Rothbard escribió: «Aunque no soy creyente, saludo al cristianismo, y especialmente al catolicismo, como el fundamento de la libertad».​

¿Cómo puede un ateo llegar a esta conclusión? Rothbard entendió algo profundo: la versión cristiana de la ley natural es quizás la defensa ética más fuerte de la libertad humana. Su argumento es brillante en su simplicidad: si un Dios perfecto y amoroso no forzará a ningún individuo a obedecer Su voluntad o a creer en Él—ni siquiera para el bien de esa persona o para detener el mal—entonces, ¿cómo puede un gobierno imperfecto y no amoroso justificar hacerlo de manera ilimitada?. Eso establece a Dios por encima del gobierno, limitando radicalmente el alcance legítimo del poder político.​

Rothbard también identificó que la versión cristiana de la ley natural es la defensa económica más fuerte de la libertad humana. Debido al pecado original y la caída de la raza humana, la entropía física y la escasez económica entraron en juego. Esto asegura que los humanos no pueden crear utopía o el Cielo a través de sus propias obras; tenemos muchas más probabilidades de crear distopía o el Infierno en la tierra. Los mercados libres no solo tienden a mitigar la soberbia y la violencia humanas, sino que también facilitan el entendimiento y la cooperación humana.​

En una conferencia de 1986, Rothbard—siendo ateo—mostró no solo respeto por el rol ético positivo jugado por el cristianismo en general y el catolicismo romano en particular a lo largo de la historia de la civilización occidental, sino también por las contribuciones lógicas clave hechas a los fundamentos de las personas libres y los mercados libres en todas partes.

Lysander Spooner: El Deísta Abolicionista

Lysander Spooner (1808-1887) representa otro caso fascinante en la tradición libertaria. Deísta convencido, sus primeras dos publicaciones—The Deist’s Immortality (1834) y The Deist’s Reply to the Alleged Supernatural Evidences of Christianity (1836)—fueron críticas sin concesiones del cristianismo, incluyendo la ética cristiana.​

Sin embargo, Spooner desarrolló una teoría moral rigurosa que distinguía radicalmente entre vicios y crímenes. Esta distinción es absolutamente fundamental para el pensamiento libertario. Para Spooner, los vicios son asuntos personales que cada individuo debe resolver según su propia conciencia; los crímenes son violaciones de los derechos naturales de otros que justifican intervención.​

Spooner rechazaba la ética cristiana evangélica de su época porque, en su forma políticamente activa, borraba esta distinción crucial. Los evangelistas del siglo XIX veían ciertos comportamientos como pecados ante Dios, y por tanto creían que el Estado debía prohibirlos—ya fuera la esclavitud o el alcohol. Los pecados atraviesan y superan el límite establecido por una teoría de derechos, porque los pecados son un estándar divino mientras que los derechos son un estándar humano.​

La objeción principal de Spooner a la ética cristiana era que finalmente apela a recompensas y castigos (cielo e infierno) como motivaciones para hacer lo correcto. Spooner adoptaba lo que podría caracterizarse como optimismo moral: incluso personas completamente malvadas pueden ser reformadas a través de la persuasión voluntaria. Ninguna persona hace voluntariamente lo que considera incorrecto, así que su comportamiento puede cambiarse persuadiéndola de lo que es verdaderamente correcto.​

A pesar de su deísmo, Spooner mantuvo consistentemente que la existencia de un gobierno legislador, o cualquier gobierno, a menos que esté organizado y sostenido voluntariamente, es una violación de los derechos de los hombres. Creía que los hombres pueden asociarse voluntariamente para el mantenimiento de la justicia, pero tal asociación debe descansar en principios de agencia voluntaria.

Benjamin Tucker: Anarquismo Individualista y Libertad de Conciencia

Benjamin Tucker (1854-1939), fundador del periódico anarquista Liberty, representa otra faceta del pensamiento libertario sobre religión. Tucker se adhirió a las ideas con los simpatizantes del amor libre y del libre pensamiento acerca del rechazo en contra de la legislación de carácter religiosa.​

Su posición era clara: los anarquistas defienden firmemente la libertad de creer y se oponen diametralmente a cualquier negación de dicha libertad. Del mismo modo que creían en el derecho de cada individuo a ser o seleccionar su propio sacerdote, creían en su derecho a ser o seleccionar su propio doctor. Ningún monopolio en teología y ningún monopolio en medicina.​

Tucker argumentaba que el anarquismo no proporciona ningún código moral a ser impuesto al individuo. «Ocúpate de tus propios asuntos» debe ser la única ley moral. La interferencia con los asuntos del otro es el principal y único crimen, y como tal debe ser apropiadamente resistida.​

A diferencia de otros anarcoindividualistas, Tucker rechazó el iusnaturalismo (derecho natural), aunque en un principio fue iusnaturalista. En su lugar creía que «no había derecho natural, excepto el derecho de la fuerza, y los hombres deben reunirse y crear derechos si ellos los querían». Esta perspectiva, aunque diferente de Spooner, también concluía en una separación radical entre religión y poder coercitivo.

Gustave de Molinari: El Primer Anarquista de Mercado

Gustave de Molinari (1819-1912), el economista belga-francés que muchos consideran el primer «anarquista propietario de libre mercado», basaba su liberalismo en una teoría de derechos naturales, especialmente el derecho a la propiedad y la libertad individual.​

La contribución más original de Molinari al pensamiento político y económico es su tesis de que el mercado puede proporcionar más barata y eficientemente el servicio de protección policial de la vida, libertad y propiedad. Su argumento es tácitamente que el «anarquismo propietario» es inherente en la lógica del libre mercado y que la consistencia requiere que uno persiga la minimización del poder estatal hasta su conclusión lógica: ningún gobierno en absoluto.​

Molinari creía que la economía política proporcionaba una alternativa a los sacrificios que los hombres sufren bajo el gobierno caro, ineficiente y coercitivo. Si el mercado era más eficiente en proporcionar a la gente zapatos o pan, entonces, por exactamente las mismas razones, sería mejor entregar todas las funciones monopolísticas del Estado al mercado.​

Siguiendo la tradición de Edmund Burke, William Godwin, y los liberales franceses de principios del siglo XIX Charles Comte y Charles Dunoyer, Molinari veía al Estado, o «sociedad política», como «organizado de manera puramente facticia por legisladores primitivos». Una vez creado, también podría ser «enmendado por otros legisladores» a medida que la sociedad progresara.

Albert Jay Nock: El Individualista Cristiano

Albert Jay Nock (1870-1945) presenta un caso peculiar. Antes de convertirse en editor de The Nation y luego The Freeman, Nock había servido en parroquias episcopales en tres estados. En su vida posterior, escribió que «cuando el cristianismo se organizó, inmediatamente tomó un carácter político que afectó radicalmente su concepto institucional de religión y su concepto institucional de moral; y las mismas tendencias observables en la política secular se establecieron de inmediato en la política del cristianismo organizado».​

Nock creía que así como las escuelas ofenden contra la educación, las iglesias ofenden contra la alta religión. Sin embargo, su crítica no era a la fe religiosa en sí, sino a su institucionalización política. Nock era profundamente espiritual a su manera, creyendo que la verdad tiene una energía interna propia que le permite, si no nos interponemos en su camino, abrir sus propios canales y ganar aceptación en las mentes preparadas para ella.​

En su ensayo «Isaiah’s Job» de 1936, Nock expresó su completa desilusión con la idea de reformar el sistema actual. Creyendo que sería imposible persuadir a cualquier porción grande de la población general del curso correcto y oponiéndose a cualquier sugerencia de revolución violenta, Nock argumentó que los libertarios deberían enfocarse en nutrir lo que llamó «el Remanente». Nock creía que toda sociedad tiene tales mentes; de lo contrario se desmoronaría. Toda sociedad se mantiene unida por unos pocos selectos—hombres y mujeres que tienen la fuerza de intelecto para discernir las reglas sobre las que depende la vida social, y la fuerza de carácter para ejemplificar esas reglas en su propio vivir.

Frank Chodorov: Georgismo y Libertad Individual

Frank Chodorov (1887-1966) fue un pensador y activista estadounidense y miembro de la Old Right, un grupo de ideólogos libertarios minarquistas, quienes fueron antiguerra, antiimperialistas, y opositores al New Deal. Chodorov era discípulo de Albert Jay Nock, y como este tuvo aceptación tanto en ambientes de derecha como de izquierda.​

A pesar de su influencia sobre la derecha conservadora estadounidense, Chodorov rechazaba definirse a sí mismo como conservador, y en cambio se autodenominaba individualista. En su formación ideológica hubo una breve influencia del anarquismo y una importante relación con el georgismo, por lo que puede ser calificado como un «geolibertario».​

Chodorov fundó en los años 1930 la revista The Freeman y en 1953, fundó la Intercollegiate Society of Individualists (ISI), con William F. Buckley, Jr. como presidente. Murray Rothbard escribió sobre el impacto que Chodorov tuvo en él: «Nunca olvidaré la profunda emoción—una emoción de liberación intelectual—que me atravesó cuando tuve noticia del nombre de Frank Chodorov… Ahí estaba: simple, quizá, pero ¿cuántos de nosotros, por no hablar de cuántos profesores de economía y hacienda, habían proclamado alguna vez esta verdad aplastante y demoledora?» refiriéndose al panfleto de Chodorov «Los impuestos son un robo».​

Chodorov distinguió entre el aislacionismo político—es decir, la no interferencia extranjera, una idea que él y otros libertarios defendían—y el aislacionismo económico, que rechazaban en favor del libre comercio.

Las Tres Madres Fundadoras del Libertarismo: Mujeres, Fe y Libertad

1943 vio la publicación de obras notables de cada una de las tres madres fundadoras del movimiento libertario moderno: The Fountainhead de Ayn Rand, The Discovery of Freedom de Rose Wilder Lane, y The God of the Machine de Isabel Paterson. Juntas, representan un asalto concertado al colectivismo, al Gran Gobierno y al mito del estado benevolente.

Rose Wilder Lane: Libertad y Teísmo

Rose Wilder Lane (1886-1968) se sentía más cómoda siendo descrita simplemente como «teísta», pero no veía ninguna contradicción esencial entre religión y la filosofía de la libertad. Según Lane, debido a la doctrina del monoteísmo, las personas llegaron a creer en un Dios creador único que juzga las acciones de los hombres, en lugar de un panteón panteísta de dioses caprichosos. Además, las leyes de la moralidad están tejidas en la fibra de la creación y proporcionan la guía para el comportamiento humano. Es de estas doctrinas, argumentaba Lane, de donde se derivan las concepciones cristianas de responsabilidad individual y autocontrol; cualidades esenciales para la preservación de una sociedad libre.​

En The Discovery of Freedom, Lane trazó ideas de libertad a lo largo de los 6,000 años previos de historia mundial. Identificó las fuentes de la libertad en el pensamiento judeo-cristiano. La historia humana comenzó con el paganismo como sistema de creencias generalizado, escribió Lane, y esta cosmovisión permitía una autonomía humana mínima, en su lugar atribuyendo la acción humana a elecciones preordenadas por dioses inventados.​

El entendimiento de la independencia humana «comienza con un hombre», Abraham: «Dios es Lo Correcto, dijo él; la Rectitud crea el universo y juzga los actos de los hombres… Pero Dios no controla a ningún hombre, dijo Abraham; un hombre se controla a sí mismo, es libre para hacer el bien o el mal a los ojos de Dios».​

Lane entonces se embarcó en un resumen amplio de la historia post-abrahámica, examinando pensadores judíos e islámicos que afirmaron la idea de la libertad humana de la autoridad arbitraria. Incluyó en esto la enseñanza de Jesucristo: «Una y otra vez, en sermones y parábolas y actos, Cristo dijo que todos los hombres son libres».​

Mientras solo unos pocos selectos entendieron el concepto de libertad humana, Lane señaló la Revolución Americana como un punto importante en la historia cuando estas ideas ganaron aceptación extensa. ¿Dónde ganó la mayoría de los estadounidenses este entendimiento y pasión por la libertad? Mientras algunos intelectuales estadounidenses leían filósofos como Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Chateaubriand, estos pensadores estaban escribiendo «muy por encima de las cabezas de la mayoría de los estadounidenses». En cambio, la Biblia—que la gente de fe que buscaba refugio podía leer libremente en su nueva patria—proporcionó a la gran mayoría de estadounidenses comprensión.

Isabel Paterson: Dios de la Máquina

Isabel Paterson (1886-1961), canadiense-estadounidense, produjo The God of the Machine (1943), un tratado sobre filosofía política, economía e historia que alcanzó conclusiones y abrazó creencias que muchos libertarios acreditan como fundamento de su filosofía. Su biógrafo Stephen D. Cox cree que Paterson fue la «progenitora más temprana del libertarismo tal como lo conocemos hoy».​

Cuando Ronald Reagan le dijo al pueblo estadounidense al inicio de su presidencia que «El Gobierno no es la solución a nuestro problema: el gobierno es el problema», estaba (probablemente conscientemente) haciendo eco de Isabel Paterson.​

Paterson vio la ideología política como la «base» y el nivel tecnológico como «superestructura», invirtiendo a Marx. Los regímenes totalitarios solo podían alcanzar tecnología avanzada mediante parasitismo de la innovación previa, o de sociedades libres en otros lugares. «Los métodos de producción se pondrán al día con ideas políticas avanzadas; mientras que si una economía física avanzada se desarrolla dentro de un marco político que no puede acomodarla, la producción debe ser asfixiada nuevamente o destruirá la entidad política».​

Fue, escribe Paterson, la fusión del concepto romano de ley con el enfoque cristiano en la libertad y salvación del alma individual y el ideal griego de verdad perseguida a través de la razón lo que permitió que una «sociedad de contrato» mercantil, con Estados Unidos como su ejemplo principal, emergiera en Occidente desde una «sociedad de estatus» feudal.​

Paterson rechaza el principio de educación controlada por el Estado por completo: «Un sistema educativo obligatorio sostenido por impuestos es el modelo completo del estado totalitario». Quizás el mejor capítulo de su libro es «El Humanitario con la Guillotina» en el cual contrasta las enseñanzas de las principales religiones—que aquellos que buscan recaudar y distribuir fondos caritativos no deberían beneficiarse de sus actividades—con la suposición evidente de muchos comerciantes seculares de compasión de que tienen un derecho perfecto a llenarse los bolsillos.

Ayn Rand: Ateísmo y Razón

Ayn Rand (1905-1982) presenta el contrapunto ateo en este trío de madres fundadoras. Rand defendía el ateísmo como única postura racional ante el concepto Dios, al que consideraba indemostrable racionalmente, una suma de contradicciones metafísicas y, por lo tanto, un atentado contra el funcionamiento mental del hombre que lo acepte.​

Para Rand, la fe es «extremadamente perjudicial para la vida humana: es la negación de la razón». Ese «supuesto atajo al conocimiento que es la fe es solo un cortocircuito destruyendo la mente». Rand veía la fe no como la ausencia de la razón, sino como el producto de una emoción específica: el miedo.​

Sin embargo, incluso Rand reconocía que «la religión es una forma primitiva de filosofía, que los primeros intentos de explicar el universo, de darle un marco de referencia coherente a la vida del hombre y un código de valores morales, fueron hechos por la religión, antes de que los hombres crecieran y se desarrollaran lo suficientemente para tener filosofía». Y reconocía que «las religiones tienen algunos puntos de moral muy valiosos».​

Rand creía que el altruismo—la demanda de auto-inmolación por otros—contradice la premisa básica del Cristianismo, la santidad de la propia alma. «El altruismo introdujo una contradicción básica en la filosofía cristiana, que nunca ha sido resuelta». Curiosamente, Rand sugirió que el Cristianismo no recuperará su fuerza vital espiritual hasta que resuelva esa contradicción, y que debería rechazar la moralidad del altruismo mientras mantiene «la concepción de la santidad fundamental del alma individual».

La Compatibilidad Entre Fe y Libertad Económica

Aquí llegamos a un punto que es absolutamente contrario a lo que tu texto de referencia sugiere, pero que creo que es correcto desde la perspectiva libertaria rigurosa. Una sociedad sin valores no puede ser una sociedad capitalista. Esto es lo que Bastos intenta comunicar constantemente.​

El capitalismo de libre mercado no es un sistema amoral que simplemente maximiza utilidades. Es un sistema que depende profundamente de ciertos valores: la honestidad en los tratos, el respeto por la propiedad, la confiabilidad, la responsabilidad personal. Estos valores, históricamente, han sido transmitidos a través de instituciones religiosas. Las religiones que enfatizaban el pecado, la penitencia, la responsabilidad ante Dios, efectivamente generaban los comportamientos conducentes al capitalismo.​

Max Weber lo vio hace más de un siglo. Ludwig von Mises, uno de los mayores economistas libertarios, reconoció que existe una compatibilidad fundamental entre los principios económicos del libre mercado y la antropología cristiana que concibe a los seres humanos como creados a imagen de Dios. Friedrich Hayek, aunque agnóstico, llegó incluso a escribir que «sin las religiones monoteístas, especialmente sin el catolicismo, no sería posible entender ni la constitución ni la persistencia en el tiempo de la civilización occidental».

La Distinción Entre Dogmatismo y Verdad

Ahora bien, aquí es donde debo reconocer que tu texto original captura algo importante que también varios de estos pensadores reconocen, aunque desde otra perspectiva. Es cierto que muchas religiones hacen afirmaciones dogmáticas sobre verdades últimas. Es cierto que estos dogmas frecuentemente entran en conflicto. Pero la conclusión que sacas de esto—que por lo tanto la religión es simplemente una «jaula»—no es necesariamente la más rigurosa lógicamente.

Lo que estos pensadores libertarios sugieren es que el problema no es que los textos religiosos contengan afirmaciones que parecen contradictorias. El problema es cuando esas afirmaciones se imponen coercitivamente, cuando el Estado las respalda, cuando se niega el derecho a disentir.

En una sociedad verdaderamente libre, donde cada individuo es soberano de su conciencia, precisamente lo que sucede es que diferentes personas pueden abrirse a diferentes interpretaciones de la verdad, diferentes caminos espirituales, diferentes formas de entender lo trascendente—y esto no genera necesariamente conflicto porque nadie está obligando a nadie a creer lo que no cree.

Libertad de Creencia Versus Libertad de Coacción

Este es el quid de la cuestión libertaria respecto a religión. No se trata de discutir si la religión «realmente» te lleva a la verdad. Se trata de discutir si es legítimo usar la fuerza para obligar a otros a creer lo que tú crees, o prohibir que crean lo que desean creer.​

La separación de Iglesia y Estado no es una proclamación de que la religión es inútil o falsa. Es una proclamación de que ningún poder coercitivo—ni eclesiástico ni civil—tiene derecho a violar la conciencia de los individuos. La libertad de religión es quizás el derecho más fundamental porque es el derecho a ser dueño de tu propia mente.​

Desde esta perspectiva, el pensador libertario puede ser completamente agnóstico respecto a las afirmaciones teológicas de las religiones. Puede cuestionarlas, puede dudar de ellas, puede intentar refutarlas argumentativamente. Lo que no puede hacer, coherentemente, es defender que se supriman por la fuerza, que se prohíban, que se consideren simplemente «jaulas» de las que la sociedad necesita «liberarse».

 

En Síntesis

En conclusión, mi posición libertaria respecto a la religión es esta: las religiones, como creencias sobre lo trascendente, no son por sí mismas enemigos de la libertad. Lo que es enemigo de la libertad es el monopolio de la creencia, la imposición coercitiva de doctrina, la alianza entre altar y trono para controlar las conciencias y los cuerpos de los hombres.

Una sociedad donde la religión es libre—donde cada cual puede creer o no creer según su conciencia, donde nadie es coaccionado a adoptar una fe que rechaza—es perfectamente compatible con el libertarismo. De hecho, como señalan Bastos, Rothbard, Lane y otros con rigor argumentativo, es probable que sea más estable, más próspera, más verdaderamente libre que una sociedad que intenta imponer el ateísmo o cualquier otra doctrina por decreto.​

Respeto absolutamente algunas perspectivas sobre que la verdad no está en los libros religiosos, que se experimenta de momento a momento. Quizás tengan razón. Pero desde la filosofía política libertaria, esto es en última instancia una cuestión privada, una búsqueda individual. Lo que importa políticamente es que esa búsqueda pueda hacerse libremente, sin que el Estado—o ninguna institución coercitiva—pretenda monopolizar la definición de la verdad.

Precisamente en eso consiste la libertad: en que cada quien sea responsable de su propia búsqueda de sentido, de verdad, de lo que sea que le dé significado a la existencia. Y si algunos encuentran eso en la religión tradicional, otros en la meditación, otros en la filosofía, otros en la ciencia, otros simplemente en relaciones humanas auténticas—bien, eso es lo que debería caracterizar una sociedad verdaderamente libre.

 

Espero que te haya gustado este post. En el próximo artículo hablaré sobre la libertad de expresión.

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